lunes, 29 de junio de 2015

Novela "El tiempo que nos pertenece" (video)


El tiempo que nos pertenece (2015)

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Palabras de Mili Rodríguez (escritora y periodista) para la presentación de “El tiempo que nos pertenece”
Sala Extravagario de La Chascona, Museo Pablo Neruda, Santiago de Chile, 10 de noviembre 2015.  
 
Pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década de los 50, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende”, escribió nuestro escritor tótem y tabú, Roberto Bolaño.
Y de eso habla “El tiempo que nos pertenece”.

Sucede que Isabel Hernández, que es muy de armas tomar -en el terreno metafórico- sencillamente me encargó a mí la parte literaria de esta presentación, y a Rodrigo Hidalgo, la parte política. Entonces me encantaría ser una genia por esta noche, para estar a la altura de esta responsabilidad tremenda, para no sentir este ataque de modestia con efecto retroactivo, y para descifrar lo que significa y va a significar esta novela.

En “El tiempo que nos pertenece” se mezclan,por supuesto, las dos cosas. La literatura y la política, que nunca han estado separadas.
¿Pero si en este mismo instante, de repente comprendo con horror, que en realidad no tengo idea de literatura? Hasta hace bastante poco pensaba con bastante más calma, que tampoco tenía idea de política, salvo saber de qué lado estoy, pero eso es inescapable. Como cuando hace pocos días Daniel Gedda Nuño gana la presidencia de la FEUC y nos decimos esto, cómo pasó, y quiénes son estos jóvenes que llamamos el futuro de Chile. Porque después de acontecimientos como ese, quizás podamos mirar de otra manera al futuro. Y mirarlo de otra nueva manera, desde la izquierda, o desde la zurda, como dice el Papa.

Si todas las novelas son políticas, esta novela lo es doblemente, porque habla de los años de la fiesta, del triunfo de la Unidad Popular en Chile y el mítico retorno de Perón en Argentina. Y después, el estallido, el bombardeo de La Moneda, con todas sus consecuencias. Pero antes hay un insonorizado espacio de banderas rojas, de amores rojos, de tomas de terrenos donde se multiplican las poblaciones, y muchas tomas más, y el pelo largo y pantalones pata de elefante, y la llegada del profético LSD y el primer vuelo con marihuana.
Nosotros tuvimos alrededor de veinte años en Latinoamérica cuando ser joven era más peligroso que nunca, y no lo sabíamos. Y tuvimos esa edad cuando todo era inmensamente nuevo, y sin calcular (lo cual demuestra la ingenuidad de nuestros cerebrales líderes) que estábamos en el umbral de una pesadilla que duraría demasiado, una pesadilla de la que intentaríamos, pero no podríamos despertar.
Digamos que a fines de los 60 y principios de los 70, era la época de Palomita Blanca y El Chacal de Nahueltoro, y se hablaba del Che y se escuchaba la palabra revolución en todas partes. Era el minuto cero del “Hemos dicho Basta, y echado a andar”.
Eran tiempos inflamables, y los personajes de Isabel Hernández iban y venían de Chile a Argentina, y eran más o menos perfectamente revolucionarios, y se amaban y se desamaban, y nada de eso podría ser olvidado.

Si todos los libros de Isabel son políticos, “El tiempo que nos pertenece es su libro más político”: yo creo que es la novela que quiso escribir toda su vida. Entonces del lado literario, yo sólo diría que el estado del arte de su novela es su perseverancia y más perseverancia. Su cuidado de cada frase, de cada palabra y cada párrafo, con una artística deliberación, y todo esto en el entendido de que cada texto contiene su propia velocidad y que los textos de Isabel pueden ir a veces a 100 por hora.

Enrique Vila-Matas tuvo la desobediencia de decir que después de todo, la historia no es lo que verdaderamente importa, que un par de siglos de cultivar la obsesión anglosajona por la historia y la trama, nos ha ocultado que lo que más importa es el cómo sucedió y cómo se cuenta. Ante estas posiciones extremas, y por razones se diría éticas, o zurdas, Isabel Hernández no se ha radicalizado en el sistema Vila-Matas, lo cual le hace muy bien, y sabe lo que quiere contar y trabaja en el terreno del estilo con un exigente sentido estético.
Con frases que nunca van a ser pretenciosas. Y de repente decir: “Regresé a Argentina para encerrarme en las minúsculas proporciones de una especie de patria portátil”. Porque esta novela dialoga con muchas novelas.

Yo creo que este libro no es de los que borra el tiempo. Porque habla de un nosotros, a partir de una primera persona, la de la inventada escritora Julia Guillén, narradora de esta ficción que suplanta, con gran paralelismo, a la realidad. Porque lo personal es político, como decía, feministamente, Kate Millet. En una entrevista reciente, Isabel dijo algo que me deslumbró: “Yo creo que últimamente complica mucho más la voz femenina que la voz feminista”.
Isabel es interminable. Desde que nació en la aristocracia obrera argentina (su papá fue un gran dirigente sindical peronista), le han pasado más cosas que al Conde de Saint Germain. Cosas tremendas y cosas tremendamente cómicas. Entre ellas vivir en Santiago casi 25 años. Y ese es el espíritu que flota entre líneas en este libro, una hipótesis de recuento, unas ganas de contarlo todo.
A todos nos gustan los cuentos que terminan bien, y también aquellos libros de los que salimos llorando, como en las buenas películas. Y hay finales abiertos, circulares, que terminan de construir o destruir los lectores.
Les voy a leer un breve párrafo final, uno de los finales de “El tiempo que nos pertenece”. Porque bueno, este tiempo que estamos viviendo hoy, también nos pertenece:
Como no hay historias sin acertijos ni contradicciones sin sombras ni fallos, lo mismo en las reales que en las inventadas -escribe Isabel Hernández-, pensé que en todo lo vivido y relatado había algo innombrable que no había muerto, y que nos unía a mí y a Bruno desde hacía mucho, desde siempre, desde aquel tiempo que llegó a pertenecernos a ambos. Miré a Gonzalo a los ojos, le sonreí y agradecí íntimamente su existencia. El sol comenzó a retirarse lentamente, con cierta solemnidad”. 

Literatura de madres / literatura de hijas

Sobre «El tiempo que nos pertenece» de Isabel Hernández y «La resta» de Alia Trabucco Zerán
19 de Noviembre de 2015
El tiempo que nos pertenece / La resta
Creo que fue Alejandro Zambra quien en su libro Formas de volver a casa instaló, acaso sin querer queriendo, las bases de lo que ahora en los circuitos académicos se llama «literatura de los padres» y «literatura de los hijos», para referirse a los temas y procedimientos de dos generaciones marcadas en distintas direcciones por el flagelo de la dictadura.
Casualidad o causalidad, en mi velador se han dado cita dos libros que bien podrían ser un giro de género, el retruécano necesario para desde el lenguaje combatir el machismo arraigado en este país y en su literatura. Se trata de El tiempo que nos pertenece de Isabel Hernández (Ceibo Ediciones) y La resta de Alia Trabucco Zerán (Tajamar Editores), novelas que bien podrían ser literatura de madres la una y «literatura de hijas» la otra.
Veamos pues.
Fui invitado a presentar el libro de Isabel Hernández sin conocerla a ella ni a su obra. La novela de esta escritora argentina me estremeció como la canción de Silvio Rodríguez:
Me estremecieron mujeres
que la historia anotó entre laureles
y otras desconocidas gigantes
que no hay libro que las aguante.
La trama de El tiempo que nos pertenece podría ser resumida como la historia de un amor imposible en tiempos de revolución. Pero creo que semejante reduccionismo no contribuye sino a mantener el sesgo de género: de qué otra cosa si no escriben las mujeres. No. Es una novela narrada en primera persona por una mujer que fue joven durante esos «locos años 70». Una joven que, como todos quienes fueron jóvenes entonces, soñaron y lucharon y bailaron y se amaron porque iban a cambiar el mundo. Cuando el Ché con su sola existencia encendía la sangre de cualquier joven con sangre en las venas, y aún no era una mera polera estampada. Los años de ser joven, cuando se es dueño del tiempo.
Pero sabemos que a final de cuentas ser joven es básicamente vivir el paso de la infancia a la adultez, y en la novela de Isabel Hernández asistimos al cruento testimonio de cómo vivieron esa tragedia muchas jóvenes, que se hicieron madres en las peores circunstancias, atravesadas por la muerte. Una juventud perseguida, desaparecida, sin espacio ni tiempo para conocerse siquiera con sus propios hijos e hijas.
La novela transcurre a ambos lados de la cordillera. La protagonista es una mujer en la flor de la vida, emancipada, autónoma. Es un libro que en algún sentido podría haber escrito mi madre. Pido perdón por llevar el asunto a un terreno tan personal, biográfico. Pero de verdad es muy difícil para uno salir de ese terreno. Por eso esto no pretende ser una crítica si no un mero comentario. Es difícil porque uno encuentra tantas similitudes, tantas alusiones a sucesos que uno conoció en carne propia. Yo viví como niño exiliado en la Argentina de Alfonsín, que salvando las distancias fue como el Chile de Aylwin. La medida de lo posible. El breve preámbulo al más descarado véndanlo todo. En fin. Por eso el libro me gana de entrada. Me atrapa. Me lleva al Buenos Aires de mi infancia. Es como oír a mi propia madre y a esas madres sustitutas, las tías, las compañeras de lucha que nos cuidaban cuando papá y mamá cumplían funciones revolucionarias o de resistencia. Mis madres cruzando la cordillera una y otra vez bajo el efluvio excitante de la revolución, siguiéndole la huella a un padre con muchos rostros y nombres falsos, los padres clandestinos, perseguidos, desaparecidos. Mis madres en el Chile del triunfo de la UP, en el asesinato de Prats, en el tanquetazo. Mis madres en la matanza de Ezeiza en junio del 73 cuando el general Perón volvió a la Argentina, en la retirada de la izquierda el 1 de Mayo del 74, poco antes de la muerte del populista líder. Mis madres huyendo del Golpe acá y luego del Golpe allá. Mis madres justo en esos momentos pariéndonos, a mis hermanas, a mis primos, a nosotros mismos. Tan parecidos los muertos a uno y otro lado de la cordillera. Tantas cosas las que nos hermanan más allá de las fronteras. La larga y dispersa familia de las víctimas de las dictaduras.
Son todas ellas. Mis madres están a todo color en este libro, mostrando la intimidad de la militancia, con sus discusiones internas, sus complejidades éticas, sus dogmatismos, su machismo al que no se sabe cómo enfrentar. Sin remilgos, con el dolor o la vergüenza de estar mostrando una herida, mis madres en este libro exponen las contradicciones de aquellos años en que tomar una sopa Knorr podía ser un gesto burgués, en que usar un vestido coqueto era mal visto en una compañera comprometida, en que marchar o no marchar te podía costar la vida. El amor, la pasión, el miedo.
Pienso en este asunto de la «literatura de madres» versus la «literatura de hijas», y sucede que El tiempo que nos pertenece es una novela escrita en o desde el tiempo no de ser padres o hijos, ni madres o hijas, sino simplemente jóvenes. Jóvenes, o incluso niñas. Porque seguimos siendo niños a pesar de los años, las canas, los muertos, los hijos. Y eso es gracias a que escribimos. Porque escribí estoy vivo, dice Lihn. Y eso está patente también, vivo y hermosamente vivo en este libro. Es una novela sobre el descubrimiento de la escritura como ejercicio más allá de la memoria y del testimonio. Es la historia de alguien que elige vivir, alguien que encuentra más allá y más acá de los libros, sentido a la vida en la sonrisa de su propio hijo. Aunque le haya legado un fantasma por padre y un dolor insondable y sempiterno en la mirada. Y eso yo no puedo sino celebrarlo, desde adentro de mi propia biografía, desde la que escribimos todos quienes hemos sido hijos o hijas, desde la de nuestros padres y madres, y de cara a la de nuestra propia descendencia. Literatura de madres. Por mero y porfiado amor a la vida.
Por otro lado tenemos a La resta, de Alia Trabucco Zerán, el primer libro de su autora. Una novela en la que se intercalan dos voces que bien podrían ser mis primos. Niñas y niños que se enfrentan a las siniestras formas oblicuas de la muerte: el daño, la herencia. No ser criado por tu padre sino por los compañeros de lucha de tu padre, madres sustitutas, abuelas. Esa larga familia, ya lo dijimos. Ser joven entonces y saber por ejemplo que tu tío fue quien bajo tortura entregó el nombre de tu padre, porque nadie resiste la tortura. O que fue tu madre quien abrió la boca en el momento menos oportuno y por eso tu prima, con la que te criaste, no puede mirarte a los ojos. El daño, la herencia. Comprender los filos de la palabra traición. Un ácido corroyéndolo todo. Cuántos primos no ha visto uno soportar el peso de sus biografías, de las de sus padres. Y digo soportar pero yerro, porque lo que quiero decir es no soportar, es sucumbir. Hijos suicidas, hijos enloquecidos, hijas empastilladas, hijas desbarrancándose, presas frágiles de la desesperación, perseguidos por el fantasma del fracaso permanente de la vida. Uno ha visto a tanta hermana y hermano sin poder levantarse, abrazados y abrazadas a cualquier bandera absurda, como quien se aferra a cualquier madero para no hundirse, perdiendo la razón en este mundo infame, de cotidianas injusticias y vejaciones, que nos condena a una existencia de zombies. Es una habilidad cruel la de Alia Trabucco, que imposta la voz de dos jóvenes cual más dañado que el otro, uno preso de un delirio o sinrazón de cálculo y matemática, y la otra presa del infinito absurdo del lenguaje y la palabra. Uno cuenta cadáveres, la otra los narra. Ambos heridos hasta en la relación con sus propios cuerpos, ambos con las psiquis desestabilizadas, ambos sumergidos en confusas búsquedas sexuales. No poder entender el amor, no poder creer en él. Eso es lo que nos volvió unos desequilibrados sentimentales. La penetración y profundidad sicológica del hijo dañado es la más notoria pretensión escritural de Alia, que busca en el personaje de Felipe acaso exorcizar tanto fantasma, tanto dolor. Me interpreta y duele el libro de Alia:
… porque el que diga que no veía los reencuentros miente, si por eso termino [yo] yendo a buscar muertas ajenas, porque me criaron viendo a Don Francisco decirle a la señora Juanita: le tenemos una buena noticia amiga mía, su hijo… y ¡chachán! aparecía el hijo Andrés nada más y nada menos que en los estudios de Canal 13, y la gente se emocionaba y la vieja no daba más y el puchero se imprimía firme en la cara de mi abuela y entonces lloraba y lloraba…
El telón de fondo es este Santiago donde llueven cenizas volcánicas, metáfora de un país gris, donde huele a quemado, donde se perpetra cotidianamente todo tipo de crímenes contra la memoria, contra la justicia, contra la humanidad. Volcanes, aluviones, terremotos. Si hasta parece que la tierra misma quisiera ser la metáfora de un omnímodo poder destructor ensañado con este suelo. [Nota de lectura: imposible no escuchar el eco del acá también comentado Los restos de Betina Keizman, las cenizas cubriéndolo todo.] Chile: un lugar donde se pierden las cuentas, y no se sabe cuántos somos los vivos ni cuántos son los muertos.
Se supone que la literatura de hijos o hijas es la que escribimos quienes vivimos la infancia y adolescencia en dictadura, quienes fuimos universitarios desencantados durante los 90s y su narcotización consumista, y nos hicimos adultos de cara a este nuevo milenio de existencia más virtual que otra cosa. Desarraigados y escépticos, criados en el ejercicio de asumir una rotunda y sangrienta derrota, testimoniamos nuestra posmoderna condición de jóvenes sin militancia alguna, de niños ya demasiado viejos buscando un territorio firme donde hacer pie.
Es preciso terminar de lanzar palabras al viento. No he querido contar el final del cuento, revelar demasiado. Pero creo siempre que sí lo he hecho. Se trata de contagiar el entusiasmo, nada más que eso. El libro de Alia ha sido reseñado con más entusiasmo por la crítica que el de Isabel. Pero suponemos que todo a su tiempo. Aunque nunca se sabe. País machista. País donde es difícil ser mujer y aún más ser mujer y escribir. Sólo puedo desde mi condición de hombre declararme feliz y agradecido de haber conocido a estas mujeres. Son dos hermosas novelas. En ambos libros hay escenas memorables, de humor incluso, de terrible belleza, escenas de amor y desencuentro entre madres e hijas, padres e hijos. Pienso incluso que podrían cruzarse: la historia de Julia (en la novela de Isabel) bien podría encontrarse con la de Consuelo (en el libro de Alia), sus respectivos hijos, Ignacio e Iquela, serían amigos, primos. En fin. No puedo si no recomendarlas ambas, ojalá las dos juntas, tal como me tocó leerlas en esta primavera alérgica y odiosa. Vaya y adquiéralas, lectora imaginaria. Descúbralas, mire que si usted lee o escucha por ahí que se habla de la prometedora producción literaria femenina chilena, puf, se puede perder, porque hay tanta señora y señorita escribiendo libros que no les llegan ni a los talones a estas dos, puras novelas sin ovarios, con mucha menos valentía y mucha más propaganda. No, en El tiempo que nos pertenece de Isabel Hernández (Ceibo Ediciones) y La resta de Alia Trabucco Zerán (Tajamar Editores) hay mucho más que buena literatura de madres y/o de hijas.El Guillatún.
Licenciado en Comunicación Social, Licenciado en Educación y Profesor de Educación Media en Lengua Castellana y Comunicación. Actualmente dirige el Centro Cultural Manuel Rojas y es Coordinador del Área Literatura en Balmaceda Arte Joven. Se ha desempeñado como profesor, periodista, crítico literario, editor y gestor cultural. Es autor de la novela Desafinan con el frío (Ed. La Calabaza del Diablo, 2013).

Palabras de Rodrigo Hidalgo (escritor y periodista) para el mismo evento


La mirada a la intimidad de la militancia. Sin remilgos, las contradicciones de aquellos años en que tomar una sopa Knorr podía ser un gesto burgués, en que marchar o no marchar te podía costar la vida. Los sucesos, los hitos. En Chile el triunfo de la UP, el asesinato de Prats, el tanquetazo. En Argentina la matanza de Ezeiza en junio del 73 al regreso del general Perón, la retirada de la izquierda el 1 de Mayo del 74, poco antes de la muerte de populista líder. El amor, la pasión, el miedo. Es un libro emocionante, que nos lleva a esos años en que ser joven era sentir que se era dueño del tiempo.
Pero necesito echarme atrás. Mirar con algo de distancia. Desde “mi” más acá.
Hace algunos días, un colega escritor que se ha radicado en Argentina, desde que Piñera cerrara acá el diario donde se ganaba el sustento, publicó un artículo en el que entre otras cosas se preguntaba qué quiere decir la crítica literaria cuando habla de la literatura de los hijos. Por cierto estaba reclamando profundidad en el análisis, puesto que es muy obvio a qué se llama literatura de los hijos. Es la que escribimos quienes vivimos infancia y adolescencia en dictadura, quienes fuimos universitarios desencantados durante los 90s y su narcotización consumista, y nos hicimos adultos de cara a este nuevo milenio de existencia virtual. Dinosaurios, digo yo a estas alturas. Y nuestros padres y hermanos mayores me miran cuando digo eso. ¿Dinosaurios? Yo me siento un dinosaurio porque conocí la vida cuando no había teléfono en casa. Tuve una infancia de niño exiliado en Buenos Aires, y para hacer las tareas, me reunía con los compañeritos de curso. En la plaza a las 5, era en la plaza a las 5. No había teléfonos ni en casa ni mucho menos celular. Era otro planeta y otro mundo. Si eso me pasa a mí, que tengo apenas 40 años, ¿qué puede pasarle a mi padre, a mi madre, a mis tíos, primas, hermanos y hermanas mayores?
Se habla hoy en día, de la literatura de los padres. La de quienes conocieron la UP. La de quienes vivieron la juventud desbordada de sueños en los locos años 70s. Que estaban en la flor de la vida cuando el Che vivía y con su sola existencia encendía la sangre de cualquier joven con sangre en las venas. Cuando el Che no era una mera polera estampada.
No es fácil pensar ahora y con esa perspectiva, una literatura de los padres. Es cruel, de partida, porque en rigor es literatura de hijos también. Es la literatura de jóvenes perdiendo el aliento en la persecución a que son sometidos. Es literatura de hijos que apostaron a cambiar el mundo. La poeta Elizabeth Neria pregunta en un poema ¿se acuerda compañero, cómo cogíamos en la revolución? Una banda sonora que ya quisieran los jóvenes de hoy, resignados a conformarse con disc-jokeys que simplean remixes y covers.
El libro de Isabel Hernández me ha llevado a mi más temprano Buenos Aires, ciudad querida, y a una la Argentina que no conocí sino de rebote, porque nací el mismo día del Golpe. El Golpe allá. Por eso me he permitido hablar en un tono tan personal. Pido disculpas. Pero sí, es también una Argentina que conocí, que duele, la de Jean Franco Pagliaro, la de la democracia falseando la historia. Tan parecidos los muertos a uno y otro lado de la cordillera. Hay autores que han trabajado sobre esta peculiar relación entre chilenos y argentinos. Son tantas las cosas que nos hermanan. Me ha conmovido profundamente, un libro testimonial en algún sentido, pero que entrega mucho más. Porque “El tiempo que nos pertenece”, es el tiempo de no ser ni padres ni hijos, sino simplemente jóvenes. Jóvenes, o incluso niños. Porque seguimos siendo niños a pesar de los años, las canas, los muertos, los hijos. Y eso es gracias a que escribimos. “Porque escribí estoy vivo”, dice Lihn. Y eso está patente también, vivo y hermosamente vivo, en este libro.
Por último, y para volver al libro mismo a propósito de si es literatura de padres o de hijos. Me pregunto: ¿qué literatura sería entonces una escrita por esta mujer, madre de un niño que tiene hoy mi edad y cuyo padre es de alguna retorcida manera, un muerto más en la larga lista de muertos de la dictadura chilena y argentina? ¿Qué pasa si el padre no quiere conocer al hijo, o si el hijo no puede conocer al padre? ¿Y no es cierto aquello de que más temprano que tarde todos debemos de alguna manera matar al padre, matar a la madre? En fin, divago. Esta historia es la de alguien que elige vivir, alguien que encuentra más allá y más acá de los libros, sentido a la vida en la sonrisa de su propio hijo. Y eso yo no puedo sino celebrarlo, desde adentro de mi propia biografía, desde la que escribimos todos quienes hemos sido hijos, desde la de nuestros padres y madres, y de cara a la de nuestros propia descendencia. Por mero y porfiado amor a la vida.
 



Acceder a la novela en: www.editarx.es

Premios literarios y Antecedentes académicos


PREMIOS LITERARIOS

Isabel Henández ha recibido numerosos reconocimientos literarios
internacionales: 
El Primer Premio Editorial Ábaco, Madrid-España;
 X Certamen Internacional Contextos-Secretaría de Cultura de la
Nación Argentina; I y III Concurso Internacional Leopoldo Marechal, 
Buenos Aires; IV Certamen Internacional Premis Constantí,  
Tarragona-España; ESPACIO Y, Buenos Aires y LAGUNAS-ArsCreatio,
Valencia-España; I Certamen Internacional de Relatos Breves:
e-DitARX, Madrid, 2014; XV Concurso Literario Nacional de Vitamayor: 
“Con las palabras un cuento”,  Municipalidad de Vitacura, Chile,  2014; 
Primer Concurso Internacional de Microrrelatos Épicos, Madrid-España,
2014; I Concurso "Los pueblos originarios en Ciento40 caracteres", 
Temuco, Chile, 2014; Concurso Internacional de Narrativa.
Homenaje a Ernest Hemingway, ArtGerust, Madrid, España, marzo de 
2015; Concurso Internacional de Prosa: "La belleza en 1000 palabras” 
- CIINOE/ COMOARTES: Cátedra Iberoamericana Itinerante de 
Narración Oral Escénica (CIINOE) y Ediciones COMOARTES, 
Madrid-España, abril 2015; I Certamen Internacional de Relatos de 
Amor, Ediciones "Relatos como Espadas”, Madrid, España, marzo 
de 2015; Concurso Internacional de Microrrelatos de la Concejalía 
de Bibliotecas Públicas Municipales del Ayuntamiento de Godella, 
Valencia-España, abril, 2015; I Concurso Internacional de Micro 
Cuentos Talento-Comunicación Ediciones, Madrid, España, abril
 2015; seleccionada entre los tres mejores relatos del Certamen
Internacional Bilingüe de la Hispanic Culture Review de la George 
Mason University (por haber sido publicado en España, en formato 
digital, sin consentimiento de la autora, no pudo ser premiado)
Virginia-Estados Unidos, abril 2015; XXX Concurso Literario 
Internacional Villa de Montefrío, Granada-España, 2011;  
Certamen  Internacional: La Esfera Cultural, Madrid-España, 
abril 2015; I Certamen Mundial de Excelencia Literaria, MP-Literacy
Edition, Seattle-USA, junio 2015; Concurso Internacional Biblioteca
FIMBA, Orlando-USA, agosto 2015; CONCURSO INTERNACIONAL
DE HIPERMICROFICCIÓN NARRATIVA “Garzón Céspedes” 2015, 
 Ediciones COMOARTES, Madrid-México D.F., septiembre, 2015; 
XIV versión de "Santiago en 100 Palabras", octubre 2015; Certámenes Anuales 
Mis Escritos (14º Internacional de Cuento), Biblioteca Nacional Argentina, 
Buenos Aires, octubre 2015 y XVI Concurso Literario Nacional 
de Vitamayor: “Con las palabras un cuento”,  Municipalidad 
de Vitacura, Santiago de Chile,  octubre 2015.
CONCURSO NACIONAL DE RELATOS “Confieso que he vivido”, SENAMA, 
Ministerio de Desarrollo Social, Santiago de Chile, octubre 2016. 


 
 


ANTECEDENTES ACADEMICOS



Isabel Hernández fue investigadora de carrera del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET-Argentina), con sede en el “Instituto Paulo Freire” de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Rosario, Argentina. Directora de proyectos de investigación sobre el método BI-ALFA (Bi-alfabetización en diversas lenguas indígenas de América), su marco teórico y su impacto en varios países de aplicación, en la Región.


Fue funcionaria del Centro Latinoamericano de Demografía, CELADE, perteneciente a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (ECLAC-CEPAL), categoría L 5- S-VIII, con el cargo de Oficial Principal de Asuntos de Población y Directora del Proyecto Regional de Bi-alfabetización en Temas de Población, Desarrollo, Medio Ambiente, Género y Salud Reproductiva.  La Dirección del Programa involucró comunidades etno-lingüísticas y países (las beneficiarias son, mayoritariamente, mujeres indígenas):  MEXICO-Chiapas: T’zeltal y T’zotzil; GUATEMALA-Huehuetenango y San Marcos: Mam y Q’anjob’al; PERU-Frontera con Ecuador: Aguaruna-Huambisa; PERU-Cusco-Huancavelica: Quechua; BOLIVIA - Potosí y Chuquisaca: Quechua; PARAGUAY-Itapúa-Cordillera y Caaguazú: Guaraní; CHILE-IX Región de la Araucanía: Mapuche;  y ARGENTINA – Mgya Guaraní en Misiones y Mapuche en Neuquén.
El Modelo teórico denominado BI-ALFA se encuentra en la base del aprendizaje exitoso y del cumplimiento de las metas de este Proyecto Regional. Constituye un marco conceptual y metodológico innovador que conjuga, en forma trans-disciplinaria, varios enfoques y materias (análisis demográfico; etnografía y antropología social; lingüística; comunicación, pedagogía; economía; sicología; análisis de bio-diversidad y ciencias de la salud). Los equipos de especialistas (consultores) que se desempeña tanto en la sede de CELADE-CEPAL (Chile), como en las diversas Unidades Técnico-Operativas (UTOs) de cada país, son interdisciplinarios y supervisados por la Directora del Proyecto Regional.  Este enfoque trans-disciplinario, se aplica tanto en las investigaciones de base, como en el diseño del método y los materiales didácticos, la implementación, el seguimiento y la evaluación de cada Programa Nacional  Se ha aplicado con éxito en 11 lenguas de diferente origen y de contextos culturales diversos.  Las fuentes regionales y locales de información estadística oficial, muestran un descenso de las tasas de fecundidad, embarazo adolescente y morbi-mortalidad materna e infantil; así como un aumento de la atención prenatal, detección de embarazos de riesgo y mayor organización comunitaria (de hombres y mujeres). Estos avances se perciben (según los casos) a partir de los cuatro o cinco años que comienza a aplicarse el Programa Nacional de BI-ALFA (Véase el Caso BOLIVIA-Premio Internacional UNESCO-Año 2000).

El modelo Bi-alfa ya ha sido considerado oficial, se ha institucionalizado y se ha extendido a todo el país en cuatro casos: Guatemala, Paraguay, Bolivia y Argentina.



VISITAR SITIO WEB:  www.cepal.org/bialfa/
Asimismo, fue funcionaria del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA-FNUAP)-Categoría L-5 - Asesora en Investigación Sociocultural (ISC) en Población, del Equipo de Apoyo Técnico del FNUAP para América Latina y El Caribe (EAT-FNUAP-ALC), con la asistencia institucional de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Durante siete años , esta Asesoría Regional consistió en ofrecer asistencia técnica a veinticuatro gobiernos de la región a través de las más diversas dependencias gubernamentales  (generalmente de los  sectores de Género, Salud y Educación, de niveles centrales y/o descentralizadas y en especial los de toma de decisión), organismos no-gubernamentales e instituciones académicas de América Latina y el Caribe, a través de misiones técnicas realizadas en todos los países de la región, y del seguimiento a los distintos programas o proyectos, efectuado desde la sede de Santiago de Chile.

Fue Directora  del Área Socio-antropológica del Centro de Estudios Avanzados (CEA) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). El Área contaba en ese período con doce proyectos de investigación y veinticinco docentes e investigadores. Profesora Titular de la Universidad de Buenos Aires  (CEA‑UBA). Coordinadora de la Cátedra Abierta de Estudios Americanistas sobre "Evolución y Cultura": Rectorado de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Investigadora Independiente de la Carrera del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), con sede académica en el CEA‑UBA. Directora del Proyecto: "Sociedad Indígena, Género e Identidad Cultural: Estudio de los Procesos Económicos, Políticos y Socioculturales Autogestionarios, en la Comunidad Mapuche de Los Toldos-Provincia de Buenos Aires-Argentina". Miembro del Comité Ejecutivo del International Council for Adult Education (ICAE), sede Toronto, Canadá, en representación de América Latina y el Caribe (Ciento cuatro ONGs. de Educación de Adultos y Educación Popular de toda la región, asociadas al ICAE). Secretaria  General del Consejo Latinoamericano de Educación de Adultos (CEAAL), sede Argentina. Coordinadora General de la III Asamblea Mundial de Educación de Adultos (ICAE‑CEAAL‑Buenos Aires, 1985). Directora  del  Centro  Interdisciplinario de Docencia e Investigación Artes y Ciencias, e  Investigadora Principal de dicho Centro en el Proyecto: "Conciencia Etnica y Educación de Mujeres Indígenas", auspiciado por  el International Development Research Centre (IDRC). Funcionaria  de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), sede Buenos Aires-Argentina, en el Area Rural e Indígena del Proyecto: "Educación y Desarrollo para América Latina y El Caribe" (CEPAL/UNESCO/PNUD). Consultora de UNESCO en el Sub‑Proyecto: "Estructura Social y Educación de Mujeres Rurales en el Ecuador", del Proyecto: Educación y Desarrollo para América Latina y El Caribe (CEPAL/UNESCO/PNUD), sede Quito, Ecuador. Profesora Titular de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina (Cátedra de Pedagogía II). Investigadora  de  la Facultad Latinoamericana de   Ciencias Sociales (FLACSO) en el "Programa de Investigación Social y Movilización Cultural del Pueblo Mapuche en Chile" (FLACSO‑UNESCO), Santiago, Chile.



Ha sido docente e investigadora invitada y/o Asesora en temas de Cultura,  Educación y/o Identidad Etnocultural, en diversos países de América Latina, USA y Europa.



Entre sus libros se destacan: “Derechos Humanos y Pueblos Indígenas”, Búsqueda, Buenos Aires, 1982 y Galerna, 1999;  “La  La Ley y la Tierra”, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1990; “Pueblos Indígenas de Argentina”, Madfre-América, Madrid, 1992;  “Población y Cultura en América Latina y el Caribe”,  UNFPA -FLACSO, San José de Costa Rica, 1994, “La Identidad Enmascarada”, EUDEBA, Buenos Aires, 1993 y “Educaçao e Sociedade Indigena”, Cortez, Sao Paulo, 1981. En España ha publicado en la Colección Universidad de Barcelona-Fundación Mapfre América-1492, y en otras editoriales de sello antropológico.
Su última obra científica es una co-edición de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y Editorial Pehúen-Chile titulada: “Autonomía o Ciudadanía Incompleta: El pueblo Mapuche en Chile y Argentina”, la cual le ha reportado distinciones internacionales.




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En este numero:

- Caotizar. Por Pablo Salvat
- La Violencia Está Aquí y Ha Llegado Para Quedarse Labbé- Krassnoff: nada de Ley. Estado: nada de orden. Por Daniel Malpartida
- Relator de la ONU en Chile. La situación del pueblo mapuche y la Ley antiterrorista.

- Sumario completo



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"Escritura crítica situada". Entrevista de Alex Ibarra a Isabel Hernández


Entrevista a Isabel Hernández (I.H), antropóloga y escritora argentina residente en Chile. Entrevista realizada por Alex Ibarra Peña (A.I) del Colectivo de Pensamiento Crítico palabra encapuchada.
A.I: Isabel, gracias por aceptar la entrevista. Al entrar en tu blog ( HYPERLINK "http://www.isabelhernandezescritora.blogspot.cl" http://www.isabelhernandezescritora.blogspot.cl) lo primero que llama la atención es que te consideras como una investigadora situada en la interdisciplina. ¿Por qué esta valoración por la interdisciplina? ¿Qué opinas del trabajo científico contemporáneo que tiende hacia la especialización?
I.H.: Gracias a ti, Alex, por ofrecerme este espacio. Más que una investigadora situada en la interdisciplina o en la pluridisciplina (lo que ofrece numerosos obstáculos metodológicos: resistencias disciplinarias, diferencias de lenguajes y formas de asumir la producción de los conocimientos), siempre me he inscripto en la corriente transdisciplinaria. La Transdisciplina es una forma de organización de los conocimientos que, según lo explica Edgar Morin: “trasciende las disciplinas de una forma radical, haciendo énfasis: a) en lo que está entre las disciplinas, b) en lo que las atraviesa a todas, y c) en lo que está más allá de ellas”. En lo personal, pienso que la interconexión e interdependencia de los problemas develados desde lo concreto, lo real, permite la confluencia de procesos reflexivos, múltiples y dispares, desde la teoría y desde el método, cuyas interrelaciones conforman la estructura de una “totalidad articulada”. Esa “totalidad” es el conducto a través del cual los paradigmas formalizados de las distintas disciplinas se encuentran y conjugan sus dominios, desde una relación de franca interdependencia. Esto no significa que se desestimen la perspectiva de cada campo disciplinario y sus especialidades. Una investigación transdisciplinaria no excluye estudios particulares o parciales, pero las propiedades de la “totalidad articulada” determinan el proceso de producción del conocimiento científico y el modo singular de construir el objeto de estudio. En mi experiencia, ambos procesos son de abordaje totalizador (integral y holístico) y, por lo tanto, ofrecen acceso a la transdisciplina.
A.I: Disculpa que parta con estas preguntas relacionadas a tu producción científica, pero lo hago aprovechando el hecho de que por años fuiste investigadora del CONICET argentino y del Instituto Paulo Freire de la Universidad Nacional de Rosario. ¿Cómo científica social valorabas eso que se ha llamado como producción situada?
I.H.: La “actividad situada”, propia del modelo didáctico de producción mediada, “favorece la investigación en y desde el aula en el contexto totalizador de la cultura, y sitúa el aprendizaje transdisciplinario con estrategias didácticas en un proceso semiósico de circulación de nuevos signos interpretantes” (como bien señalan Irida García de Molero y otros). Lo curioso es que, con diferentes terminologías, estos modelos se vienen proponiendo, formalizando y desarrollando desde hace más de cincuenta años. Conocí a Paulo Freire en Chile en los años ’60, aprendí mucho de él. Luego nos reencontramos en los ’80, en Brasil y Argentina, cuando me tocó organizar y coordinar, en noviembre de 1985, en Buenos Aires la “Asamblea Mundial de Educación de Adultos”, presidida por Paulo. Allí asistieron miles de estudiosos de más de 130 países, del International Council for Adult Education (ICAE) y el Consejo Latinoamericano de Educación de Adultos (CEAL). Más tarde, desde Naciones Unidas (UNFPA-CEPAL: HYPERLINK "http://www.cepal" www.cepal.org/bialfa) continuamos perfeccionando los paradigmas de la pedagogía crítica, la investigación participativa y la antropología de la transferencia, desde el modelo metodológico “BI-ALFA” (Bialfabetización simultánea de Educación de Adultos Indígenas) que, hasta la actualidad, se aplica en el contexto de los pueblos indígenas de Guatemala, Paraguay, Argentina, etc. Lo que ocurre es que la difusión de estas corrientes de pensamiento no contó en su momento (década de mediados de los años ’70 a mediados de los ’80), con un contexto político propicio. Tampoco en ese período contábamos con los medios de divulgación científica electrónica con que hoy se cuenta. Asimismo, suele ocurrir que las jóvenes generaciones de científicos rebautizan métodos, procedimientos y técnicas con el objetivo de innovar, sin tomar en consideración los caminos ya recorridos. Para todos sería provechoso y saludable revisitar la bibliografía pionera y volver a leer a muchos autores destacados de aquellos tiempos.
A.I: El aporte de Paulo Freire de su pedagogía de la liberación ha influenciado distintos movimientos de intelectuales como la filosofía de la liberación, la pedagogía crítica, etc. ¿Qué rescatas de la obra de Freire para la América Latinoamericana contemporánea? ¿De qué manera influenció tu ejercicio investigativo y tu producción científica?
I.H.: En parte, Alex, ya he respondido a esta pregunta en el apartado anterior. Pero hay algo anecdótico que quisiera destacar, ya que tal vez haya colegas latinoamericanos de aquellos tiempos que no lo recuerdan, lo quieren olvidar, o simplemente nunca lo supieron. Me vienen a la memoria en este instante escenas en las que leíamos a autores del ICAE y del CEAL, en grupo, y en forma clandestina, durante los años de la dictadura de Chile y Argentina. Es más, por aquellos tiempos yo traduje, del portugués al castellano, un libro de Freire que casi no se conoce, se llama “Concientización”, lo publicó el desaparecido Editorial Axis, de Rosario-Argentina, y lo hice en un domicilio también clandestino. Su distribución lo era, obviamente. Lo mismo ocurría con la revista cuatrimestral “Educacao & Sociedade”, de Cortez Editora y Autores Associados, de Sao Paulo, a cuya dirección editorial pertenecí. A través de estas redes difíciles y peligrosas, logramos conocernos con científicos sociales de toda América y El Caribe, principalmente, y enriquecernos con otras ideas, innovaciones y experiencias.
A.I: Al buscar temáticas y prácticas en tu producción intelectual resalta la preocupación que has tenido por las lenguas de nuestro continente. ¿Cómo llegaste a la valoración de nuestras lenguas? ¿Qué experiencia positiva rescatas de esos años de convivencia con mujeres indígenas?
I.H. Durante la década de 1960, se extendió la utilización de productos químicos para la curtiembre de los cueros y desapareció la explotación de los bosques de quebrachos en el Chaco argentino (de los cuales se extraía el tanino para el trabajo del curtido). Con ello, gran parte de la población indígena chaqueña, los hacheros y sus familias, debieron migrar hacia el sur en búsqueda de otras fuentes de trabajo. Generalmente, fueron a buscar empleo a los mataderos, es decir pretendían cambiar el hacha por la chaira, pero una reglamentación laboral previa les impedía hacerlo, si eran analfabetos. En Rosario, ciudad industrial del litoral argentino, se congregaron masivamente las familias wichí, pilagá, mocoví y toba, gran mayoría de ellas monolingües y que sobrevivían en condiciones de extrema pobreza. Yo era aún estudiante del colegio secundario cuando ingresé como voluntaria a los equipos de alfabetizadores que trabajaron junto a esa población, en los barrios marginales rosarinos. Allí aprendí a respetar las lenguas originarias y a alfabetizar en ambas idiomas, combatiendo el “etnocidio cultural”. A partir de esa experiencia, me enrolé para siempre en la labor de investigar, informar y asistir a los pueblos indígenas de América Latina, en especial a las mujeres (su organización comunitaria y productiva, su salud sexual y reproductiva). Entre 1970 y 1973 tuvo lugar el “Programa de Movilización Cultural del Pueblo Mapuche en Chile”, donde trabajé junto a Wilson Cantoni, desde la FLACSO y estas dos tempranas experiencias derivaron más tarde en el Modelo BI-ALFA ( HYPERLINK "http://www.cepal.org/bialfa/" www.cepal.org/bialfa/), el que avanzó hacia un enfoque operativo de equidad de género, en refuerzo de las lenguas y las culturas originarias. “La lengua es la organizadora de mi experiencia”, me dijo una vez, hace muchísimos años, una mujer quechua de las alturas cuzqueñas. Así entendí, de una vez y para siempre, la razón de ser de la castellanización.
A.I: Conociste el mundo mapuche por ambos lados de la cordillera ¿Qué opinión tienes sobre la reivindicación de la autonomía de este pueblo? ¿Tienes algún juicio sobre la militarización actual que sufre la región de la Araucanía y el clima de violencia que muestran los medios de comunicación?
I.H.: Los orígenes de la Nación Mapuche, su historia, su cultura y su lengua forjan una sola identidad escindida por dos ciudadanías diferentes y atentatorias contra su unidad como pueblo, su bienestar socioeconómico y su autorepresentación política. Ambos Estados, el chileno y el argentino, enfrentan la tarea de consolidar sus democracias con mayor equidad y, a su vez, se enfrentan al desafío de flexibilizar sus instituciones para consolidar la descentralización política y permitir la legítima pervivencia de una territorialidad con diversidad cultural y lingüística, sin afectar cada unidad nacional. Los Estados de Chile y Argentina han tejido una relación de controversias con los pueblos originarios, en especial con el Pueblo Mapuche. Un único pueblo dividido por una “frontera invisible” para los habitantes del Meli Wixan Mapu (Mapu-tierra-territorio) pero que, a través de los siglos ha servido para que las políticas públicas de uno y otro contexto nacional se emularan, o se distanciaran a veces, aunque, por lo general, sus criterios han sido igualmente atentatorios contra la unidad y la autonomía del Pueblo Mapuche. En octubre del año 2003, publiqué "Autonomía o ciudadanía incompleta: el Pueblo Mapuche en Chile y Argentina", fue una co-edición de Pehuén Ediciones y CEPAL-Naciones Unidas. Fue mi última publicación en el campo de las Ciencias Sociales. Un libro audaz, no convencional, duro para ese momento. También multifacético, en cuanto a la comprensión de códigos y simbolismos. A mí, personalmente, me cerró muchos espacios (muchos colegas prejuiciosos sólo leyeron el título ¡ja!), pero ese libro abrió camino a una polifonía de voces testimoniales, donde los diversos actores sociales se desenmascararon y expresaron sin pudor sus pasiones políticas. Allí muestro cómo la legitimación de la discriminación y de los intereses económicos recorrió extremos que van desde la mezquindad hasta el altruismo, desde la concertación hasta la violencia y la degradación. Es un libro extenso que logra poner en perspectiva la problemática de los conflictos culturales de América Latina y El Caribe, a través del análisis de un caso: El del Pueblo Mapuche, que reside en dos contextos nacionales, Chile y en Argentina. Por lo tanto, Alex, no me preguntes qué opino sobre la actual situación represiva de Wallmapu, la mal llamada Araucanía. Hace casi 15 años que los mapuche lo sabían, lo interpretaron y me propusieron trabajar de “escribiente” para ellos. A.I: En los últimos años has estado escribiendo cuentos y novelas que han sido premiados en Chile, Argentina, España y USA. ¿Cómo llegas a desarrollar esta vocación de escritora? ¿Qué satisfacciones sientes?
Siempre quise escribir ficción, pero antes, la realidad urgía. De allí mi larga incursión en las Ciencias Sociales. Ahora escribo ficción y escribo desde el inconformismo, ni para entretener ni para aletargar. Tengo la franca impresión de que mis cuentos y mis novelas son fragmentos movilizadores de vidas pasadas (tal vez propios de mi vida anterior, la de investigadora de gabinete y de campo). Son fragmentos que los protagonistas recuperan como cristales de una copa rota, para hablarnos de identidades astilladas en muchos pedazos. La tragedia y la ventura de muchos de mis personajes es también la de todos nosotros. Y esto lo digo no sólo desde la creación sino, incluso, desde el lenguaje literario, que es totalmente distinto al científico. El sólo hecho de narrar implica entrar en el terreno de lo i/real. La naturaleza de la ficción se infiltra de modo sutil en la vida real y logra transformarla, porque la ficción y la realidad se confunden en la Historia de manera inextricable. “Todos los seres humanos soñamos con ser otros –según Mario Vargas Llosa- con escapar a las estrechas fronteras dentro de las que discurre nuestra vida; por eso y para eso existen las ficciones, para satisfacer vicariamente el hambre de irrealidad que nos habita y nos hace soñar con vidas mejores o peores que la que estamos obligados a vivir”. Y entonces la vida se tiñe de ficción. Una ficción omnipresente, inquebrantable. La mía se tiñó de esa forma, desde que abandoné las Ciencias Sociales.
A.I: Los títulos de tus textos literarios “Al mundo nada le importa” (Grupo Editor Latinoamericano, Bs.As., 2009), “Antes de la fuga” (Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2011) y “El esplendor de la derrota” (Ceibo Ediciones, 2012). Además de ser unos bellos títulos evidencian una cierta pertenencia política generacional. ¿Es una escritura testimonial? ¿Aparece aquí el sentimiento del desencanto de la utopía desarmada?
I.H: Efectivamente, Alex. Las voces de las mujeres y los hombres de mis libros de ficción pertenecen a seres subalternos de la Historia. Son seres vulnerables, y el devenir de sus acciones también lo son. Los cruza en igual grado la ficción y la Historia, pero todos ellos están lastimados por esta última. Algunas de sus voces son peligrosas, intensas, con fuertes ambivalencias que aluden a relaciones íntimas y que se traducen a veces en violencia o en desesperanza. Otras están dañadas sin confesión y se reconocen a sí mismas en los espejos del rechazo, como si fueran portadoras de un estigma imborrable. El comportamiento de los protagonistas de mis libros por momentos se torna oscuro, otras veces francamente destructivo, como aquellos hombres que describía Frantz Fanon que, al levantar el cuchillo contra sus hermanos, creían demoler de una vez y para siempre la imagen detestada de un envilecimiento común. Las mujeres y los hombres de mis historias conocen la solidaridad y lo peor de la pobreza, también el cansancio, la soledad y la indiferencia. Otros sueñan el mundo como les gustaría que fuera y no con la carga de infortunio con que se les presenta. Algunos aman en un tiempo sin fronteras y muchas veces vacilan entre el deslumbramiento y el verdadero amor. Sufren iniquidades invisibles e instantes de seducción y ternura. La mayoría experimenta la oscura conciencia de haberse infiltrado sin querer en la Historia, una Historia que los decepciona. Todos han cruzado la frontera entre la verdad y el miedo, conocen la felicidad, una felicidad limitada, como si evocaran permanentemente la voz de Edith Piaf en las notas de “La Vie en Rose” durante los peores momentos de la postguerra. El miedo es conocido, es esa emoción primaria de profunda ansiedad que deriva de toda aversión al riesgo, a la amenaza, ya sea real o imaginaria, presente, futura o pasada, y aquí se transcribe en épicas, polifonías, coros de voces antiguas, retazos de un tiempo social que pasó, itinerarios paralelos, mapas superpuestos que describen múltiples espacios e intensidades, lamentos propios o ajenos, palabras que llegan de los cuatro puntos cardinales, a veces sin ningún orden ni sentido.
Pero, ¿y la verdad? Aunque la ficción pretenda contar la verdad nunca podrá hacerlo, porque es imposible dar testimonio de una verdad esencial (¡Y lo digo viniendo del campo de la ciencia!...). Para contar la verdad, no bastan las palabras precisas, certeras como los picotazos de los zopilotes que entran al texto y hieren con un guiño literario a Franz Kafka. Tampoco se requiere una ventana por la que mirar al exterior con la facultad de ver olas cuando lo que se tiene adelante son campos, de sentir el sol de los trópicos cuando lo que hace es un frío infernal, ni la virtud de elegir bien las teclas para dibujar las palabras precisas, capaces de aprehender una visión antes de que se desvanezca. Nada de esto es necesario, porque la verdad esencial no existe. La verdad absoluta es la suma de infinitas verdades parciales, y como tal inalcanzable. Para el narrador, la clave de la historia con mayúsculas es la misma que la de la verdad. No hay una Historia ni diferentes historias sobre las vicisitudes del pasado, hay diversidad en la mirada con que se evalúan los recuerdos propios y ajenos. Nada de frialdad o distancia de cronista, ningún prurito de científica objetividad ante los acontecimientos históricos: eso no existe. A diario tendemos a dar por sentada una enorme cantidad de hechos, simplemente porque de otro modo estaríamos condenados a la parálisis. En general, lo hacemos en base a nuestro propio criterio de verosimilitud, porque, como expresó el escritor argentino José Pablo Feinmann: “La verdad se construye. La verdad es siempre una versión de la verdad que colisionará con otras. Porque no existe. Lo que existe es un campo trazado por miles de interpretaciones, cada una de las cuales parte de un hecho verificable, pero que cada uno lo insertará en un sistema interpretativo, autónomo y diferenciado. Hay, así, una batalla cultural que es la batalla por las interpretaciones del mundo". Lo que hace más interesante la tarea de escribir ficción, enmarcada en la Historia, es la tensión que hay entre alguna clase de realidad y alguna clase de verdad que se manifiestan enlazadas en un texto. La posibilidad de escribir narrativa descubre muchas soledades, se vive una experiencia intransferible al estar solo frente a los laberintos de la imaginación, y por eso a la literatura siempre le cuesta ser benevolente con la Historia, muchas veces son construcciones idealizadas que reflejan las ilusiones acumuladas durante tantos años. Y nada resulta ser como lo soñamos. Quizás la literatura sea justamente eso: la expresión fantaseada de una forma de interpelar nuestro propio pasado. Pero, ¿puede el narrador hacer algo
diferente? ¿Está en sus atribuciones o potencialidades acceder a la Historia más allá de la matriz de sus propias experiencias personales? ¿Puede trascender al hecho de ser un mero lector de su pasado? Nuestra capacidad de leer el entorno es limitada y, por ello, la facultad de interpretar la Historia avanza sobre el filo de la imaginación hasta límites que no siempre se reconcilian con la realidad. Son restricciones inherentes a la condición humana. A estos desencantos, se suma el vértigo en el que vivimos. Estamos secuestrados por el “presentismo”, la moda del día, la fortuna que se hace y se deshace, el crecimiento masivo de los lectores “bestsellerianos”, el torbellino de lo que está en boga. Se trata de una atmósfera acuciante de caos y opresión, que resulta francamente opaca. Efectivamente, vivimos perseguidos por el fantasma del corto plazo, sin ninguna consideración por la Historia (la historia profunda) que, puesta en perspectiva puede conducir nuestras acciones venideras. Pareciera que desconfiáramos de nuestras brújulas internas que son las que avistan los mejores caminos para aventurarnos en el futuro. Esta atmósfera apremiante, esta epidemia de cortoplacismo, afecta a la ficción y, sobre todo, a los protagonistas de la narrativa actual. Ellos sufren de la misma vehemencia, del ritmo de permanente aceleración, del mismo mareo que nosotros. Agonizan en un tren descarrilado, como la gran mayoría de los seres del mundo contemporáneo, o desisten de gozar sosegadamente porque no se atreven a hacerlo. Es la imagen de una gran estafa. Nos hemos acostumbrado al mundo literario de lo urgido, en el que atmósferas y protagonistas se mueven en forma rápida, angustiante y exigente, con mucho más apremio que lo fáctico. Esta es la era del vértigo tecnológico y comunicacional. Bien lo planteó Philippe Claudel en su reciente visita Chile, en enero de este año: “La literatura debería emitir señales de alerta, activar las sirenas de alarma. La literatura debe despertar a la humanidad que hoy está en un torbellino de urgencias que le traerá la ruina”. Lo sorprendente es que cada momento histórico, ya sea reciente o distante, fue un tiempo de intensidad y movimiento y, sin embargo, a veces lo pretérito es recordado, injustamente, como todo lo contrario. La ceguera, las exigencias y los desmayos del presente nos llevan a amontonar y superponer las vivencias, a intensificar nuestro irreflexivo ajetreo interno, y no hay tiempo para dimensionar correctamente cada experiencia, menos aún las del pasado. La joven Isabelle Eberthardt, en el año 1902, argumentaba: "Espero que con el tiempo, cuando vaya adquiriendo la sincera convicción de que la vida real es apremiante, hostil e inextricable, sabré resignarme a vivir esa otra vida, la de la ficción". Lo que Eberthardt no advertía es que, aunque se logre borrar con maestría los límites lábiles entre la realidad y la ficción, aunque un relato sea absolutamente ficcional y nos proporcione finales abiertos o a medias preanunciados, la memoria de lo vivido personalmente estará siempre presente. Y estará presente, junto a las múltiples interpretaciones que sobre los propios recuerdos desenvuelva cada narrador y cada lector. Muchas veces no se sabe si lo que escribimos son recuerdos, o recuerdos de un recuerdo, o falsos recuerdos, porque todo se superpone en la memoria. “Hay que hacer en el lenguaje un lugar para que el otro pueda hablar…El narrador es el que trasmite el sentido de lo vivido y el lector el que busca el sentido de la experiencia perdida” -dice Ricardo Piglia. Por eso el escritor confía en que los lectores logren descifrar buenamente los enigmas de la Historia, en convivencia con el comportamiento de tantas mujeres y hombres que vivieron etapas pretéritas y se constituyen en sus protagonistas, reconocidos o anónimos. Lo penoso es que, como decía Borges: “los grandes lectores son más escasos que los grandes escritores”. Para convocar a la Historia, no es indispensable profundizar en la vertiente política. Aún con un registro de cámara de una alcoba, en la exploración de las ambivalencias de los vínculos íntimos, o en una doble tragedia de la pasión y el tedio cotidiano, se puede registrar la omnipresencia de la Historia. Las atmósferas domésticas, los rituales privados del lenguaje, no logran borrar las marcas de origen social, ni el carácter o la génesis de las vertientes culturales. Estas siguen siendo un continuum sin misterios. A veces, la cárcel de donde se huye no es más que un manicomio y la locura es un exilio de la realidad y del encuadre que diariamente nos ofrece la racionalidad. Las apariencias, las miradas turbias, suelen encubrir algo trascendente, todo se trata de autenticidad o empatía con la propia voz. Por eso, en el tiempo y el espacio cultural de mis libros de ficción, se alberga a perseguidos y perseguidores, caciques, capitanejos, fundamentalistas suicidas, inmigrantes paupérrimos y otros condenados, porque el drama humano desborda la atmósfera social con cierto grado de irracionalidad. Esta es para mí la diferencia entre mi actual actividad de escritora y la anterior de investigadora científica.
A.I: Tienes una nueva novela que fue presentada hace poco titulada “El tiempo que nos pertenece” ( HYPERLINK "http://www.editarx.es" www.editarx.es España y Ceibo Ediciones, Santiago de Chile, 2015). Intuyo en el título mayor optimismo, al menos una sensación de resignación queda. ¿Te reencuentras con lo utópico? ¿Qué nos puedes contar de este nuevo libro?
I.H: Santiago de Chile y el Buenos Aires de los años ’70 son los escenarios de esta última novela que gira en torno a un amor imposible inserto en tiempos de ideales inquebrantables, en la cual la escritora Julia Guillén es la protagonista. Su compromiso político con la Unidad Popular y su amor por el activista montonero Ignacio Wilmart no reconocen fronteras, ni escatiman abnegaciones. “Este mundo y este tiempo sólo les pertenece a los que se atreven a vivir y a luchar por lo que es justo”: así sintetiza Ignacio Wilmart la actitud militante de ambos. Toda una vida íntimamente vinculada al fervor revolucionario. Las arengas políticas de Salvador Allende y de Juan Domingo Perón son el telón de fondo en el que se proyectan la mala suerte, la trampa y la desilusión que marcan los 24 capítulos de la novela. Por eso esta historia se sumerge en los vértices a veces torcidos de las relaciones humanas, y en los conflictos que se produjeron entre los militantes de la década de las ilusiones revolucionarias. Un modo de existencia voluptuoso y condenado, hecho de deseo, fuga y clandestinidad. Una noche reciente, Julia, la protagonista, ilumina el puzzle de papel picado que navega sobre las aguas turbias que la cubren en sueños. Comprende que no son otra cosa que los archivos trizados de su propia vida, su Oficina de Seguridad, su órgano de inteligencia privado. Acompañada por Manuel, su amigo chileno y también escritor, su hijo Nacho y el arquitecto Gonzalo Urrutia, su actual pareja, Julia consigue sublevar las fronteras y reabrir aquella oscura Oficina de Seguridad que durante tanto tiempo había permanecido clausurada y en la que guardó durante muchos años sus recuerdos. Otra vez, Alex, volviendo a lo que te comentaba anteriormente, este es un relato donde realidad y ficción se funden y confunden. Una suerte de feedback con zonas de sombra que representa la conciencia de una historia viva, cuya representación misma sigue actuando. Es un libro escrito contra el olvido, no tengo dudas, que reivindica esos héroes y heroínas de la épica de la clandestinidad que ha sido silenciadas por el tiempo en Chile y Argentina, y que, nuevamente, y en mi narrativa, buscan la manera de hacerse oír. Al decir de los presentadores del libro, Mili Rodríguez y Rodrigo Hidalgo: “Se trata de una hipótesis de recuento, ese es el espíritu que flota entre líneas en esta novela. Unas ganas locas de contarlo todo, porque esta historia es la de alguien, la inventada escritora Julia Guillén, que elige vivir, alguien que encuentra, más allá y más acá de la literatura, el sentido a la vida. Y eso no se puede sino celebrar, desde adentro de nuestras propias biografías. Julia Guillén decide vivir por mero y porfiado amor a la vida”.
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